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General   Fundación para la Diabetes

Un siglo de insulina: cuando la diabetes dejó de ser necesariamente mortal

Se estima que más de 400 millones de personas padecen diabetes mellitus en la actualidad, y que el 8 % de la población occidental la desarrollará a lo largo de su vida.

Aunque es hoy un trastorno muy bien conocido y controlado, hace un siglo su pronóstico era dramático y conllevaba un desenlace fatal tras los primeros meses del diagnóstico en niños y adultos jóvenes.

Todo cambió en 1921, cuando tuvo lugar uno de los más importantes avances de la historia de la medicina: el descubrimiento de la insulina. Este era el origen, y a su vez solución, de la gravísima patología.

Alrededor de este trascendental hito histórico, como ha sucedido con muchos grandes descubrimientos científicos, hubo confrontación, litigios, pugnas, controversias y orgullos personales. Todo esto dio lugar a un cierto componente mítico que aún envuelve a la historia de la insulina.

Los precedentes del descubrimiento

Durante la segunda mitad del siglo XIX se apuntalaron poco a poco los pilares científicos sobre los que se cimentó el descubrimiento de la insulina.

En 1869, el alemán Paul Langerhans, con solo 22 años, describió histológicamente una serie de grupos de células bien diferenciados en el páncreas, a los que llamó “islotes”, aunque ignoraba cual podría ser su función.

Algo más tarde, en 1889, dos investigadores alemanes, Joseph Von Mering y Oskar Minkovsky, confirmaron que la resección del páncreas en el perro inducía un cuadro severo de diabetes. Esto les hizo pensar en la existencia de alguna sustancia pancreática necesaria para la regulación de los niveles de glucosa del organismo.

En 1909, Jean de Meyer acuñó el poético nombre de “insulina” (de ínsula, isla) para designar a la sustancia, aún no identificada, producida en los “islotes de Langerhans” y que era capaz de reducir la glucosa en la sangre.

Pronto se sucedieron los primeros intentos para tratar de aislar la insulina y obtener réditos terapéuticos. En estas primeras décadas del siglo XX, el médico rumano Nicolae Paulescu obtuvo un extracto pancreático, al que denominó “pancreatina”, tan potente que algunos perros morían por hipoglucemia tras su administración. Paulescu no pudo publicar los resultados de sus investigaciones hasta 1921, una vez concluida la Gran Guerra, aunque no llegó a ensayarlo en humanos.